13.6.11

---h.E.n.R.y--->


Sabes que lo deseas… tómalo… llévatelo a la boca… enciéndelo… y ahora sientes ese escozor en la garganta… que delicia…
Cuantas veces haz jurado dejar los cigarrillos, y aun no has podido… No, mientras te recuerden a él.

Eras tan solo un chiquillo cuando encendiste tu primer cigarro, habías entrado apenas al bachiller, todavía te asombra cuan ingenuo e inocente eras entonces. Aunque eso no duro mucho, ¿verdad que no?

Tomaste aquel cigarro de su mano, esa mano prodigiosa, esa mano creadora, esa mano que, sin esfuerzo, arrancaba las más exóticas, perturbadoras y excelsas melodías de un simple violín. Habías visto a tus padres encenderlos y aspirar el blanquecino humo, así que dedujiste que no seria difícil, siempre intentando impresionarlo. Siempre fallando.

Tosiste incontenible, la garganta te calaba al punto de perder el habla, unas diminutas lágrimas aparecieron en tus ojos. El te miro, con aflicción impresa en su rostro. – ¿Estas bien? – Te pregunto – Creí que sabias fumar-
-Yo también- contestaste con voz ronca y silbante – Digo, parecía fácil – intentaste dibujar una sonrisa.

Le pediste que te enseñara, y el lo hizo.

 Das una calada mas larga y profunda, casi ínter mezclada con un suspiro, si que lo hizo. Una aguda nota de violín, te ha distraído. Aprovechas para encender un cigarrillo más y servirte medio vaso de whiskey.

Un escalofrío recorre tu espalda, una leve ráfaga de viento invernal se ha colado por la ventana. Caminas hacia ella, la cierras y te quedas contemplando el exterior, das un sorbo al licor y dejas que abrase tu lengua y tu garganta.

Un día como este, pálido y frío,  un chico alto, esbelto y con gran porte, entro en el aula,  acompañado del director, que le anunciaba como un nuevo compañero de intercambio. De primera, como solía pasar, te hallabas absorto en el libro en turno, ¿recuerdas cual era?... da igual.
La borrasca de aire que se había colado por la puerta, te había cambiado inesperadamente las páginas, haciéndote tiritar también.

Buscaste la fuente del disturbio, y lo viste. De piel muy blanca, ojos oscuros y profundos, largas pestañas rizadas y las mejillas enrojecidas por el frío. Llevaba un gorro tejido salpicado de nieve. Al presentarse, se quito éste, con educación, dejando ver  que llevaba el rubio cabello atado en una rápida coleta. Algo se agito débilmente en tu vientre. Entonces no lo entendías, ahora si, pero, en aquel momento, lo llamaste admiración.

Su sonrisa era tímida, adecuada de alguien que es nuevo en algún sitio. Oportunamente,  a tu costado derecho, se encontraba un sitio vacío, el único.  Se sentó en el y te dedico una ligera sonrisa, mientras intentaba acomodar sus pertenencias.  Un movimiento en falso, provocado por el nerviosismo y su mochila callo en seco, botando de ella un libro, que fue a dar a tus pies. Lo levantaste y un revoloteo más intenso se apodero de tu ombligo.

Lo miraste perplejo, y le mostraste tu propio libro, el que minutos antes leías. Eran el mismo.

Ese fue el comienzo de lo que pareciera una fructífera amistad. Fuera de clase, platicaban las horas de libros, películas, música, arte. Dentro de clase, intercambiaban frases, puntos de vista o lo que fuera a través de trozos de hoja garabateados con códigos que ustedes mismos habían inventado, de modo en que su comunicación quedaba encriptada.

Caminas hacia la chimenea en busca de calor, a un costado encuentras un soberbio baúl, tallado en oscura madera de ébano.  Lo abres, y te topas con esas cartas tantas veces leídas.  Sabias tan poco de el, y era, gracias a esas cartas, de orillas amarillentas y garabateadas con aquellos viejos códigos.

Cada cierto tiempo, llegaba a ti un paquete, siempre contenían lo mismo, un disco compacto y una carta. Casi siempre, con una dirección de remitente distinta.

Casi siempre, con  las mismas palabras ella…

“Saludos.

Te mando mi nuevo material, como siempre, eres el primero en tenerlo. Espero te guste. Yo me encuentro de maravilla, ahora estoy en xxxxxxxx, espero pronto darme una vuelta por allá.

Un beso.
Henry”
Una calada y un trago. Se había convertido en un prominente violinista, y gozaba de un éxito solo comparable con lo que ambos soñaban en su época escolar. Realmente nunca te ha sorprendido que llegase tan lejos. Una calada más.

Cuando estudiabas la escuela media, ya casi para finalizar, fuiste invitado a estudiar en un destacado colegio en la capital, ¿aun recuerdas la emoción que sentiste?, habías luchado tanto por ello y ya lo tenias.
No sin cierto recelo de tu madre, te mudaste a un departamento que tus padre habían estado arrendando, que además estaba ubicado provechosamente muy cerca de dicho centro de estudios.

Algún tiempo después de conocerlo, y haber entablado, más que amistad, una fraternalidad pura, intensa, comenzaste a notarlo decaído,  no te atrevías a preguntar, pero sabias que algo andaba mal. Al poco, te contó que su familia estaba pasando por una mala temporada, económicamente hablando, y que si las cosas seguían así, no podría continuar en la escuela, por la única razón de no poder pagar su alquiler.

Tu departamento era suficientemente amplio, así que sin dudarlo un segundo, lo instaste a mudarse con tigo, al principio se mostró renuente, alegando que estaría invadiendo tu privacidad y no sé qué más. Al final cedió, aunque realmente no le quedaba de otra.

Su relación nunca pareció mejor, tú lo veías casi como un hermano mayor, disfrutaban tanto de la compañía, pasaban tardes eternas dedicadas a la música. El con su extraordinario talento en el violín y tú, que tocabas, hablando con sinceridad, mediocremente el piano. Libros, y películas, tabaco y whiskey. Un sorbo de whiskey. Un nuevo cigarrillo.

Paso el tiempo y él conoció a una chica y tú los celos.  Poco a poco pasaba más tiempo lejos de ti, y más con ella. Libros y películas. Cigarrillos, whiskey y sexo.

El poco rato que tenían juntos, lo pasaba hablando de ella, de lo maravilloso que el sexo era con ella, y lo experta que era mamándola. Zorra. El tintineo del cristal entre el vaso y la licorera,  un nuevo trago.

Cierta tarde llegaste de la escuela, más temprano que de costumbre y como ya se había vuelto hábito, él había faltado.  Imaginabas que, sin duda, estaría con ella, pero no llegaste a imaginar que estaría ahí, en tu propio apartamento.

Inconscientemente, tu mano se dirige a tu entrepierna, y comienzas a acariciarte. En la mesilla a tu lado, brillan, bajo la luz de las bombillas, una licorera vacía y un vaso en proceso.

Afuera de tu puerta, justo cuando rebuscabas las llaves, escuchaste ruidos, gemidos. Te quedaste helado. Con suma cautela, abriste, y con los ojos como plato, tropezaste con una escena que nunca hubieras considerado.

Ella, tendida sobre la alfombra, se ofrecía con los muslos como alas abiertas. Él entre ellos, exponiendo impúdico, hacia ti, sus blancas nalgas que subían y bajaban incesantes. Ella gemía, él gruñía y tú…

Tu miembro, palpitante, yace entre tus dedos, lubricado por su propio precum, tu mano sube y baja por él mientas cierras los ojos disfrutando la pausada caricia. Suspiras.

Cuando debías estar molesto, furioso, pues él había traicionado tu confianza y tu amistad, realmente estabas excitado. En tu mente la escena se repetía una y otra vez, pero modificada, de modo que fueras tú el que gemías bajo su sudoroso cuerpo.

Entre tus piernas, prisionero de tu pantaloncillo escolar, tu miembro exigía ser liberado, poseído por una erección tan intensa como dolorosa. Tirado en las escaleras, sin decoro alguno, liberaste al prisionero, y comenzaste a masturbarte, casi con violencia. Amortiguados por la puerta, llegaban a ti los gemidos y bufidos, desde al centro de tu sala.

Un bufido escapa silente de tu garganta, mientras pasas la palma de tu mano sobre tu glande vibrante, una corriente eléctrica, casi similar a un orgasmo cruza tu vientre, cada vez que lo haces, arqueas la espalda sobre el sillón,  y continúas frotando inclemente el extremo de tu miembro como lo hicieras tanto tiempo atrás.

Jadeabas en silencio, resbalando por los escalones, poseso de una excitación demencial. Acariciabas frenético aquel falo indomable, mientras metías tu mano libre  bajo tu camisa y comenzabas a presionar tus pezones incrementando el ardor de tu cuerpo. Después, bajaste tu mano, acariciando tu piel, imaginando que él lo hacía, que eran sus virtuosas manos las que te poseían, cual violín, y su miembro el arco que arrancaba de ti melodiosos gemidos. Tal como lo hacía con la perra que se revolcaba en tu alfombra.

Sobaste y presionaste tus testículos, el dolor producido acrecentaba la pasión. Te aventuraste un poco más y estiraste tus dedos rozando su esfínter húmedo por la excitación. La sensación te ínsito a más, así que introdujiste la punta de tu índice. Gimoteaste. Aumentaste la fuerza alrededor de tu pene, causándote un delicioso sufrimiento. Presionaste con tu dedo, sintiendo como avanzaba entre las estrías de tus entrañas, tu calor interno, gemiste.

El segundo y el tercero le siguen, e incrementas la velocidad de la autopenetración, tus pantalones están hasta tus tobillos, te deslizas por sofá hasta poder jugar cómodamente con tu esfínter. Los efectos del whiskey se hacen latentes, permitiendo dilatarte con más facilidad. Las caricias prostáticas te hacen jadear intensamente, mientras frotas con mayor frecuencia tu miembro, se acerca el momento y varias descargas eléctricas acompañadas de espasmos en el vientre, te lo indican.

Ella gritaba impune, mientras el aumentaba la frecuencia de sus bufidos… pero ahora él no estaba sobre ella, sino sobre ti. Arqueaste la espalda de nuevo, tu esfínter empezó a contraerse alrededor de tus dedos, y tu pene se expandía rítmicamente mientras largos y espesos chorros de semen brotaban llegando varios escalones más abajo. Apretaste los labios intentando ahogar tus gemidos de placer, y un gutural rugido te hace eco, amortiguado por la puerta de tu departamento. Él también había terminado.

Te derrumbas exhausto y sudoroso.  Miras tu mano cubierta de semen, la visión de él poseyéndote, siempre terminaba en eso. Resoplas, mientras una lágrima resbala de tu mejilla, quizás esa fuera la última vez. La despedida.

Por la mañana, el mozo había traído un paquete que había encontrado en el buzón. Las dimensiones te habían permitido adivinar de qué trataba. Pese a que nunca le confesaste directamente lo que sentías por él, siempre tuviste la impresión de que lo sabía. Incluso, las posteriores veces que lo espiaste mientras la follaba, de algún modo creías que lo hacia sabiendo que lo observabas.

Un nuevo disco, una carta y una repetida promesa que no se cumplía y nunca lo haría.

En la mesilla a tu lado, brillan, bajo la luz de las bombillas, una licorera vacía y un vaso que acabas de vaciar de un trago. También se encuentra el papel rasgado que resguardado aquel paquete. En la parte inferior se lee tu nombre y tu dirección. Y en la parte superior, su nombre, esta vez sin dirección. En su lugar se puede ver la recortada silueta de un sello mal entintado que reza una única y terrible palabra… FALLECIDO.

Guías el último cigarrillo a tu boca y aspiras…

6.6.11

----f.A.b.I.a.N--->

Es incomprensible que aun se te erice la piel, después de tanto tiempo. Años han pasado ya, desde que lo viste ahí, de pie en el andén, inevitable.

Tu amante recién había partido en el tren de la capital, y pese a que prometía regresar, tú sabías que no sería así. Te sentías devastado, no tanto porque se hubiera ido, sino porque te dejaba solo. Entonces lo viste, en medio de toda la gente que iba y venia por la plataforma, como si su aura guardara en secreto alguna  especie de magnetismo que había atrapado tu mirada.

Se trataba de el ser mas maravilloso que hubieras visto en tu vida, rotundo, inminente. Todo en el desprendía luz, magia, ahora nada ocupaba tu mente, solo el. Su forma de acomodarse el cabello con un sensual movimiento de su mano derecha, su delicado pestañeo, su obscena forma de morder su labio inferior; todo en el era un anzuelo para incautos como tu.

Cuando te percataste, ya caminabas hacia el, arrastrado por aquella extraña fuerza, no podías resistirte, no deseabas resistirte. Saboreaste cada centímetro de su presencia, la perfección en que cada hebra de su negro cabello  se acomodaba sobre las demás, el tono  bronce de su piel, la manera tan exquisita de vestir, su alba sonrisa…

Estabas ya tan cerca y el no se daba cuenta, entonces te acercaste mas, impúdico, confiado. Ahora sí que te sentía, pudiste notar como se tensaban sus hombros y como su nuca se erizaba. Lento, giro, y su mirada subió por tus piernas… tu pelvis… tu veinte… tu pecho… tu cuello… tus labios… tus ojos. Sus labios dibujaron una sonrisa, los tuyos también. –Fabián- te nombro con alivio - pensé que te habías arrepentido- y de pronto su brazos te estaban rodeando, y su cuerpo se rozaba contra el tuyo, y tu no hiciste mas que responder al abrazo, no sabias bien lo que pasaba, pero no te importo. –Se me hizo tarde, lo siento- dijiste, mentiste.

-Deja, lo que importa es que estas aquí- dijo en un susurro a tu oído. La combinación de su dulce voz, el calor de su aliento y el tacto de su mejilla contra la tuya, descargaron en tu ser un choque eléctrico que se alojo en tu pelvis.

Lentamente sus cuerpos se separaron, muy a tu pesar. –Eres mas guapo en persona- te dijo mientras te miraba de hito en hito. “Pues tu eres bellísimo” pensaste,       - Basta, harás que me sonroje- contestaste, te estabas metiendo en un verdadero embrollo. No le diste importancia. Salieron juntos de la estación, él deseaba comer algo, y tú a él.

Por lo poco que habías captado, en el afán de seguir con la farsa, podías adivinar que algún otro chico estaría en la estación, decepcionado porque su cita a ciegas, con el que solo había compartido cartas y probablemente fotografías, no había llegado, sin saber, que si lo había hecho y ahora comía, con mucha propiedad, sentado frente a ti. Una punzada de remordimiento cruzo por tu pecho. Bebiste de tu café, y la ignoraste.
Pasearon por la ciudad todo el día, parecía interminable. Procuraste, extremo cauto, llamarlo de cualquier manera menos por su nombre… no lo sabias… “Cariño”, “Amor” fueron los suplentes perfectos, al principio los creíste excesivos, después aliados.

Estabas tan acostumbrado a “ira al grano” en este tipo de situaciones, y sin embargo, con él, lo que llegaste a nombrar basura romántica, ahora te resultaba tan natural. Breves y calculadas caricias, improvisados besos, largas caminatas con sus dedos entrelazados con los tuyos. Evitaste olímpicamente, algún tema que no pudieras dominar, hablando solo de temas triviales.

Comenzaba a oscurecer y cierta inquietud se apodero de ti, y al parecer de él también. Ambos sabían lo que continuaba. En otras condiciones eso nunca te hubiera pasado, “ir al grano” te evitaba mucho. Pero ahora, un silencio incomodo se había instalado ahí, entre los dos. No se te ocurría como decirlo, sin romper con la magia, que hasta ahora los envolvía.

Y entonces, fue más valiente que tu… -Te parece si...- dudo – pasamos por mi piso… pasa que he olvidado traer un suéter y comienza a refrescar. No es muy lejos- Tu sabias leer entre líneas y accediste, gustoso, temeroso, conciente de que podías ofrecerle tu suéter, pues realmente no lo necesitabas, pues un calorcillo se había apoderado de tu cuerpo y no parecía mitigar.

Cuando llegaron, observaste detenidamente. Por el tipo de decoración, y la falta de orden en algunos sitios, concluiste que esa no era una casa familiar, y sin embargo, había suficiente espacio y habitaciones. – Y tus compañeros de piso…- dejaste la frase inconclusa, esperando que captara la indirecta, -¿Que pasa con ellos? – contesto, no lo había captado.

Lo miraste luchar contra el pomo de la puerta de su habitación, este se negaba a dejar girar la llave, Podías notar nerviosismo sus movimientos. Sabias que era el momento y reformulaste tu pregunta... – ¿Estamos solos?- susurraste con tono sugerente mientras te colocabas tras de el, y besabas lascivo detrás de su oreja.

“Clic”, el pomo había cedido y todo su cuerpo se estremecía, presa del escalofrío que le habías provocado. Te pareció escuchar un vaporoso “Si” entremezclado con un suspiro. Poco a poco se giro y sus miradas se encontraron, nerviosa la suya, encendida la tuya.
Lo besaste entonces, como solo tú sabes besar, sentiste la textura de sus labios, de su lengua, te deleitaste con el sabor de su saliva. Su cuerpo se estremecía, disfrutaba y sus rodillas comenzaban a fallar. Lo aprisionaste ente tu cuerpo y el marco de la puerta y seguiste besándolo, tan intensamente, que parecía que no había nada más importante en el mundo.
Su pecho contra el tuyo, su vientre contra el tuyo, su miembro contra el tuyo, ambos erectos, ambos prisioneros, rogando libertad. Cual cadente danza, comenzaste a moverte, al principio sutil, mas intenso cada vez, haciendo que tu pelvis rozara en vibrantes oscilaciones su pelvis. Le oíste emitir silentes gemidos y eso te impulso a seguir, y aumentaste la fuerza, la intención.
Ambos estaban ya fuera de si, de improviso sentiste que sus manos te empujaban, rechazándote, abriste los ojos desconcertado, suspendiendo ipso facto sus candentes movimientos. El te miraba, diferente, sus ojos develaban lujuria, pero también disfrutaban de tu desconcierto, su sonrisa lo confirmaba, pues era la sonrisa de un niño que sabe que hace mal y lo disfruta.
Tomo tu mano, su piel ardía, y te condujo al interior de su habitación. Todo estaba impecable en ella, como si la acabasen de arreglar. Te guío hasta sentarte en la cama mientras permanecía de pie frente a ti. Sus ojos revelaban aun ese fuego y malicia. Comenzó muy lento, casi con pudor, a despojarse de sus prendas. Botón a botón fue desabrochando su camisa, dejándote ver de a poco su perfecta piel morena. Tú yacías ahí, recargado sobre tos brazos puestos hacia atrás, disfrutando de aquella escena tan sensual. Tu miembro urgía por salir, dolía, pero querías aplazar mas las cosa, dejar que todo fuera sucediendo, lento, pasional.

Con ágiles movimientos se deshizo de sus zapatos y calcetines, quedando para ti en aquel pantalón ceñido a sus torneadas piernas. Entonces sus dedos empezaron a desatar el cinturón y tú reaccionaste, ya te la había hecho, y ahora te la pagaría…

Con delicadeza y sonriendo perverso, lo detuviste, supliste su dedos con los tuyos y terminaste su trabajo,  primer botón… segundo botón… tercero… cuarto…  Te hallabas hincado frente a él, con tu rostro a la altura de su sexo, y con movimientos acompasados decidiste bajar el pantalón, como retirando la piel de aquél fruto que piensas comer después.

Cuando lo hubiste quitado, pudiste contemplar sus bellas piernas, y en medio de ellas la gloria. Frente a ti estaba aquel calzoncillo negro, guardián de tesoro mas codiciado por ti en ese momento, te acercaste y percibiste aquel exquisito aroma, la silueta de su miembro se marcaba impune, hipnotizante, deliciosa. Producto de un impulso, te acercaste aun mas y le diste un leve mordisco, la dureza era increíble; lo escuchaste soltar un suspiro. Entonces era tiempo de tu venganza.

Te incorporaste tan rápido que apenas tubo tiempo de reaccionar, lo tomaste por los hombros y acercaste tu rostro al suyo; justo cuando sus labios comenzaron a buscarte y sus ojos se cerraban,  actuaste raudo, invirtiendo posiciones, ahora tú te mantenías de pie y el sentado sobre su cama parecía desorientado, reíste por lo bajo.

Lo más sensual que pudiste, te sacaste la playera y las sandalias. Te detuviste un segundo ante la cremallera de tu pantalón, lo miraste a los ojos y sonreíste travieso.

Sus prendas se hallaban desparramadas por la habitación, y ambos uno frente al otro casi desnudos se contemplaban deseosos. Incapaz de esperar mas te lanzaste al ataque, tumbándolo sobre la cama, sintiendo su férvida piel fundiéndose con la tuya, lo besaste intensamente, como si la vida se te fuera en ello, y recomenzaste los inconclusos movimientos pericos, que momentos antes fueran tan bruscamente interrumpidos; ahora sin tanta ropa  se sentía aun mejor.

Victimas de alguna transmutación, se habían convertido ambos en octópodos, en el afán de abarcar con caricias la mayor extensión de piel posible. Cuando las manos no fueron suficientes, fueron sucedidas por lenguas, miles de ellas. La cama que antes estuviera perfectamente arreglada, ahora era una maraña de sabanas, almohadas y piel.

Lamiste sus pezones con vehemencia y cada uno de los vellos que decoraban su pequeña aureola, besaste incansable su abdomen, su vientre, torturaste con los labios aquel rígido cautivo, disfrutaste de él sin liberarlo de su prisión de tensa tela negra, y regresaste a su boca. Giraron y fue su turno, cierto era que no lo hacia del todo mal,  incluso logro arrancarte varios suspiros y gemidos. Pero eso no le basto y fue mas aya. Con un rápido movimiento, te despojo de tu blanca trusa, liberando tu sexo para poder ser disfrutado. Lo tomo casi con adoración, disfruto su aroma y lo beso. Un gruñido de satisfacción broto de tu garganta, mientras tu espalda se arqueaba. Lamió y jugo con tus testículos, repasó sin cesar tu miembro, concentrándose desesperadamente en el glande, haciéndote ver estrellas.

Te sentiste culpable por ser el único que recibía tal placer, así que con veloces movimientos, cambiaron de posición quedando cada uno frente al sexo del otro, como el llevaba ventaja, reanudo con presteza su trabajo, tu tuviste que arrancar la obscura prenda, para tener acceso al cielo.

Sin pensarlo más, te llevaste aquél apetitoso regalo a la boca, que estallo de delectación. Usaste tus más oscuros conocimientos para hacerlo gritar y gemir, sus cuerpos se habían convertido en un manojo de censores nerviosos, no había espacio para nada más que placer.

Ahí, mientras estabas en el mismo centro del universo, tus manos incontenibles, se deleitaban con sus nalgas, redondas y firmes, el tacto era exquisito, suave, excitante. Entonces tus dedos se toparon con su abismo. Olvidaste de momento su miembro y te aventuraste  un poco más. El aroma era embriagador, la textura suprema y el sabor… lo oíste gemir profundamente cuando tu lengua toco su ano y una serie de espasmos se apoderaron de su cuerpo haciéndolo arquear la espalda preso del éxtasis.  Cuando pudo controlarse continúo operando sobre tu miembro.

Fuertes contracciones en tu abdomen y un cosquilleo en todo el cuerpo fueron los avisos de que estabas a punto de correrte así que, sin miramientos lo privaste de su juguete, el intento reprochar pero una profunda envestida de tu legua en su abismo lo  distrajo.

En aquel momento era necesario pasar al siguiente nivel. Aunque las cosas no sucedieron como  esperabas.

A tientas buscaron sus besos, regresando a la inicial posición de ataque. Sentiste en tu lengua el sabor de tu propio pene, fue extasiante, perturbador. Entonces percibiste un extraño brillo en sus ojos, algo que aun no has podido descifrar. Antes de que pudieras darte cuenta tenias frente a ti las revueltas sabanas y un empaque vacío que antes almacenara un condón, intentaste reaccionar pero tu cuerpo no respondía, como si deseara sentir lo que se avecinaba. Solo lograste girar tu rostro para míralo. Una imagen inolvidable. Parecía hechizado, mirando directo a tus nalgas mientras se colocaba el condón con destreza. Por una fracción de segundo sus miradas se conectaron y pudiste leer en sus ojos “Esto te gustara”.

Cerraste los ojos esperando lo inevitable, y sin embargo nunca perdió su dulzura. Sentiste como uno de sus dedos escrutaban en tus profundidades, haciéndote jadear. Después vino el segundo, el tercero… y cuando esperabas el cuarto, nunca sucedió. En cambio y sin previo aviso, sentiste su pelvis pegada a tus nalgas y sus testículos sobre los tuyos, al instante se apodero de ti un intenso dolor, incomparable con nada que hayas sentido antes, tus puños serraron tan fuerte que los nudillos perdieron su color, y proferiste un gemido que denotaba el sufrimiento. Intentaste moverte, zafarte, pero estabas atrapado, una nueva envestida, y otra y otra, querías gritar, salir corriendo, pero tus pierna ni siquiera reaccionaban, otra más y otra...

De pronto te sorprendiste queriendo la siguiente, que no se detuviera más. El dolor había sido suplido por placer, éxtasis. Gemías enloquecido, y él, aferrado a tu cadera que ahora se ofrecía por si sola, resoplaba y bufaba con los ojos cerrados disfrutando de tu culo, de tu virginidad.

Aumento su ritmo, sus arremetidas eran más potentes, sudor, bufidos, placer… perdiste toda noción de tiempo y de espacio, lo único presente era aquel chiquillo que te hacia gozar como nadie lo había hecho jamás. Empezaste a sentir aquél cosquilleo por todo el cuerpo, y tu vientre comenzaba a tener sacudidas, no te habías tocado y sin embargo tu miembro cobro vida lanzando tremendos trallazos de semen espeso, caliente. Los espasmos de tu esfínter aceleraron el trabajo, detrás tuyo  sus gruñidos te dijeron que él estaba terminando también, y en efecto, tus entrañas recibieron intensos chorros de su esperma, dio algunas embestidas más y se derrumbó sobre tu espalda, suspirando, exhausto.

Acomodado sobre su pecho, escuchando sus latidos acompasados, lo mirabas sonreír. –Gracias- le dijiste. Él se limitó a giñarte un ojo y revolver tu cabello.

Había algo, algo que te incomodaba desde el principio, la visión del chico decepcionado en el andén,  porque su cita no había llegado, regreso a tu mente. En algún momento tendrías que decirlo, quizás no era el mejor momento, pero no podías más con ello.
-Hay una cosa… que no te he dicho aun- comenzaste sin saber cómo seguir – mi nombre… no es Fabián…- levantaste un poco el rostro, esperando alguna especie de reacción violenta… distinta.

   -Lo sé- contesto, ensanchando su sonrisa, - Eso siempre funciona-


5.6.11

Introducción. (De lo intelectual a lo sexual)

¿De que se compone la vida?...
Cierta vez, un antiguo filosofo, se hizo esta pregunta.
Y cuentan que dedico los últimos años de su vida a intentar responder la, tan recurrente, duda. Cuentan también, que murió haciéndolo.
Dicen que busco en tierras tan lejanas, que pocos sabían de su existencia. Visito enigmáticas ciudades, lugares misteriosos, se entrevisto con grandes maestros y sabios de la época, seres iluminados y hasta espíritus; magos, videntes, gurús, científicos y beatos.
Pero, no fue sino hasta varios siglos después, durante las excavaciones hechas en el lugar donde dicho curioso intelectual paso sus días finales, que el mundo se entero de que la búsqueda había dado frutos.
En el lugar que, consideraban, había sido su habitación, se encontró un baúl antiquísimo, hecho de rica madera ya consumida por el tiempo y delicados remaches de oro. En el se hallaron cientos de pergaminos, que representaban de manera tangible el magnifico y mágico viaje, emprendido tantos años atrás.
Pocos sabían sobre la incansable búsqueda hecha por el antiguo pensante, pero fuerte era el anhelo de estos pocos, de saber la ansiada respuesta.
Dentro de este ecléctico grupo, el hallazgo de dichos documentos fue causa de furor. Creían poseer, entonces, parte de un conocimiento supremo, una sabiduría que los colocaría en la cúspide de la sociedad. De la raza humana misma.
Pero fue grande, también, su decepción cuando, apenas pocos días después, algo que había sido tomado como basura, rebelara el verdadero fruto de la búsqueda.
Un pequeño bulto de piel, encontrado en el fondo de aquel arcón, apunto ya de ser desechado, revelo ser el guardián de la mismísima respuesta. En su interior, yacía un arrugado y amarillento trozo de pergamino, escrito en el, a puño del propio filosofo, tan solo unas cuantas palabras. En una de las caras del segmento de pergamino, con grafía  apresurada y llena de borrones, se leía la pregunta que se había formulado, ya hacia tanto; en la otra, escrita con esmero, casi devoción, rezaba una única palabra subrayada repetidamente…

RECUERDOS

to be continue...