6.6.11

----f.A.b.I.a.N--->

Es incomprensible que aun se te erice la piel, después de tanto tiempo. Años han pasado ya, desde que lo viste ahí, de pie en el andén, inevitable.

Tu amante recién había partido en el tren de la capital, y pese a que prometía regresar, tú sabías que no sería así. Te sentías devastado, no tanto porque se hubiera ido, sino porque te dejaba solo. Entonces lo viste, en medio de toda la gente que iba y venia por la plataforma, como si su aura guardara en secreto alguna  especie de magnetismo que había atrapado tu mirada.

Se trataba de el ser mas maravilloso que hubieras visto en tu vida, rotundo, inminente. Todo en el desprendía luz, magia, ahora nada ocupaba tu mente, solo el. Su forma de acomodarse el cabello con un sensual movimiento de su mano derecha, su delicado pestañeo, su obscena forma de morder su labio inferior; todo en el era un anzuelo para incautos como tu.

Cuando te percataste, ya caminabas hacia el, arrastrado por aquella extraña fuerza, no podías resistirte, no deseabas resistirte. Saboreaste cada centímetro de su presencia, la perfección en que cada hebra de su negro cabello  se acomodaba sobre las demás, el tono  bronce de su piel, la manera tan exquisita de vestir, su alba sonrisa…

Estabas ya tan cerca y el no se daba cuenta, entonces te acercaste mas, impúdico, confiado. Ahora sí que te sentía, pudiste notar como se tensaban sus hombros y como su nuca se erizaba. Lento, giro, y su mirada subió por tus piernas… tu pelvis… tu veinte… tu pecho… tu cuello… tus labios… tus ojos. Sus labios dibujaron una sonrisa, los tuyos también. –Fabián- te nombro con alivio - pensé que te habías arrepentido- y de pronto su brazos te estaban rodeando, y su cuerpo se rozaba contra el tuyo, y tu no hiciste mas que responder al abrazo, no sabias bien lo que pasaba, pero no te importo. –Se me hizo tarde, lo siento- dijiste, mentiste.

-Deja, lo que importa es que estas aquí- dijo en un susurro a tu oído. La combinación de su dulce voz, el calor de su aliento y el tacto de su mejilla contra la tuya, descargaron en tu ser un choque eléctrico que se alojo en tu pelvis.

Lentamente sus cuerpos se separaron, muy a tu pesar. –Eres mas guapo en persona- te dijo mientras te miraba de hito en hito. “Pues tu eres bellísimo” pensaste,       - Basta, harás que me sonroje- contestaste, te estabas metiendo en un verdadero embrollo. No le diste importancia. Salieron juntos de la estación, él deseaba comer algo, y tú a él.

Por lo poco que habías captado, en el afán de seguir con la farsa, podías adivinar que algún otro chico estaría en la estación, decepcionado porque su cita a ciegas, con el que solo había compartido cartas y probablemente fotografías, no había llegado, sin saber, que si lo había hecho y ahora comía, con mucha propiedad, sentado frente a ti. Una punzada de remordimiento cruzo por tu pecho. Bebiste de tu café, y la ignoraste.
Pasearon por la ciudad todo el día, parecía interminable. Procuraste, extremo cauto, llamarlo de cualquier manera menos por su nombre… no lo sabias… “Cariño”, “Amor” fueron los suplentes perfectos, al principio los creíste excesivos, después aliados.

Estabas tan acostumbrado a “ira al grano” en este tipo de situaciones, y sin embargo, con él, lo que llegaste a nombrar basura romántica, ahora te resultaba tan natural. Breves y calculadas caricias, improvisados besos, largas caminatas con sus dedos entrelazados con los tuyos. Evitaste olímpicamente, algún tema que no pudieras dominar, hablando solo de temas triviales.

Comenzaba a oscurecer y cierta inquietud se apodero de ti, y al parecer de él también. Ambos sabían lo que continuaba. En otras condiciones eso nunca te hubiera pasado, “ir al grano” te evitaba mucho. Pero ahora, un silencio incomodo se había instalado ahí, entre los dos. No se te ocurría como decirlo, sin romper con la magia, que hasta ahora los envolvía.

Y entonces, fue más valiente que tu… -Te parece si...- dudo – pasamos por mi piso… pasa que he olvidado traer un suéter y comienza a refrescar. No es muy lejos- Tu sabias leer entre líneas y accediste, gustoso, temeroso, conciente de que podías ofrecerle tu suéter, pues realmente no lo necesitabas, pues un calorcillo se había apoderado de tu cuerpo y no parecía mitigar.

Cuando llegaron, observaste detenidamente. Por el tipo de decoración, y la falta de orden en algunos sitios, concluiste que esa no era una casa familiar, y sin embargo, había suficiente espacio y habitaciones. – Y tus compañeros de piso…- dejaste la frase inconclusa, esperando que captara la indirecta, -¿Que pasa con ellos? – contesto, no lo había captado.

Lo miraste luchar contra el pomo de la puerta de su habitación, este se negaba a dejar girar la llave, Podías notar nerviosismo sus movimientos. Sabias que era el momento y reformulaste tu pregunta... – ¿Estamos solos?- susurraste con tono sugerente mientras te colocabas tras de el, y besabas lascivo detrás de su oreja.

“Clic”, el pomo había cedido y todo su cuerpo se estremecía, presa del escalofrío que le habías provocado. Te pareció escuchar un vaporoso “Si” entremezclado con un suspiro. Poco a poco se giro y sus miradas se encontraron, nerviosa la suya, encendida la tuya.
Lo besaste entonces, como solo tú sabes besar, sentiste la textura de sus labios, de su lengua, te deleitaste con el sabor de su saliva. Su cuerpo se estremecía, disfrutaba y sus rodillas comenzaban a fallar. Lo aprisionaste ente tu cuerpo y el marco de la puerta y seguiste besándolo, tan intensamente, que parecía que no había nada más importante en el mundo.
Su pecho contra el tuyo, su vientre contra el tuyo, su miembro contra el tuyo, ambos erectos, ambos prisioneros, rogando libertad. Cual cadente danza, comenzaste a moverte, al principio sutil, mas intenso cada vez, haciendo que tu pelvis rozara en vibrantes oscilaciones su pelvis. Le oíste emitir silentes gemidos y eso te impulso a seguir, y aumentaste la fuerza, la intención.
Ambos estaban ya fuera de si, de improviso sentiste que sus manos te empujaban, rechazándote, abriste los ojos desconcertado, suspendiendo ipso facto sus candentes movimientos. El te miraba, diferente, sus ojos develaban lujuria, pero también disfrutaban de tu desconcierto, su sonrisa lo confirmaba, pues era la sonrisa de un niño que sabe que hace mal y lo disfruta.
Tomo tu mano, su piel ardía, y te condujo al interior de su habitación. Todo estaba impecable en ella, como si la acabasen de arreglar. Te guío hasta sentarte en la cama mientras permanecía de pie frente a ti. Sus ojos revelaban aun ese fuego y malicia. Comenzó muy lento, casi con pudor, a despojarse de sus prendas. Botón a botón fue desabrochando su camisa, dejándote ver de a poco su perfecta piel morena. Tú yacías ahí, recargado sobre tos brazos puestos hacia atrás, disfrutando de aquella escena tan sensual. Tu miembro urgía por salir, dolía, pero querías aplazar mas las cosa, dejar que todo fuera sucediendo, lento, pasional.

Con ágiles movimientos se deshizo de sus zapatos y calcetines, quedando para ti en aquel pantalón ceñido a sus torneadas piernas. Entonces sus dedos empezaron a desatar el cinturón y tú reaccionaste, ya te la había hecho, y ahora te la pagaría…

Con delicadeza y sonriendo perverso, lo detuviste, supliste su dedos con los tuyos y terminaste su trabajo,  primer botón… segundo botón… tercero… cuarto…  Te hallabas hincado frente a él, con tu rostro a la altura de su sexo, y con movimientos acompasados decidiste bajar el pantalón, como retirando la piel de aquél fruto que piensas comer después.

Cuando lo hubiste quitado, pudiste contemplar sus bellas piernas, y en medio de ellas la gloria. Frente a ti estaba aquel calzoncillo negro, guardián de tesoro mas codiciado por ti en ese momento, te acercaste y percibiste aquel exquisito aroma, la silueta de su miembro se marcaba impune, hipnotizante, deliciosa. Producto de un impulso, te acercaste aun mas y le diste un leve mordisco, la dureza era increíble; lo escuchaste soltar un suspiro. Entonces era tiempo de tu venganza.

Te incorporaste tan rápido que apenas tubo tiempo de reaccionar, lo tomaste por los hombros y acercaste tu rostro al suyo; justo cuando sus labios comenzaron a buscarte y sus ojos se cerraban,  actuaste raudo, invirtiendo posiciones, ahora tú te mantenías de pie y el sentado sobre su cama parecía desorientado, reíste por lo bajo.

Lo más sensual que pudiste, te sacaste la playera y las sandalias. Te detuviste un segundo ante la cremallera de tu pantalón, lo miraste a los ojos y sonreíste travieso.

Sus prendas se hallaban desparramadas por la habitación, y ambos uno frente al otro casi desnudos se contemplaban deseosos. Incapaz de esperar mas te lanzaste al ataque, tumbándolo sobre la cama, sintiendo su férvida piel fundiéndose con la tuya, lo besaste intensamente, como si la vida se te fuera en ello, y recomenzaste los inconclusos movimientos pericos, que momentos antes fueran tan bruscamente interrumpidos; ahora sin tanta ropa  se sentía aun mejor.

Victimas de alguna transmutación, se habían convertido ambos en octópodos, en el afán de abarcar con caricias la mayor extensión de piel posible. Cuando las manos no fueron suficientes, fueron sucedidas por lenguas, miles de ellas. La cama que antes estuviera perfectamente arreglada, ahora era una maraña de sabanas, almohadas y piel.

Lamiste sus pezones con vehemencia y cada uno de los vellos que decoraban su pequeña aureola, besaste incansable su abdomen, su vientre, torturaste con los labios aquel rígido cautivo, disfrutaste de él sin liberarlo de su prisión de tensa tela negra, y regresaste a su boca. Giraron y fue su turno, cierto era que no lo hacia del todo mal,  incluso logro arrancarte varios suspiros y gemidos. Pero eso no le basto y fue mas aya. Con un rápido movimiento, te despojo de tu blanca trusa, liberando tu sexo para poder ser disfrutado. Lo tomo casi con adoración, disfruto su aroma y lo beso. Un gruñido de satisfacción broto de tu garganta, mientras tu espalda se arqueaba. Lamió y jugo con tus testículos, repasó sin cesar tu miembro, concentrándose desesperadamente en el glande, haciéndote ver estrellas.

Te sentiste culpable por ser el único que recibía tal placer, así que con veloces movimientos, cambiaron de posición quedando cada uno frente al sexo del otro, como el llevaba ventaja, reanudo con presteza su trabajo, tu tuviste que arrancar la obscura prenda, para tener acceso al cielo.

Sin pensarlo más, te llevaste aquél apetitoso regalo a la boca, que estallo de delectación. Usaste tus más oscuros conocimientos para hacerlo gritar y gemir, sus cuerpos se habían convertido en un manojo de censores nerviosos, no había espacio para nada más que placer.

Ahí, mientras estabas en el mismo centro del universo, tus manos incontenibles, se deleitaban con sus nalgas, redondas y firmes, el tacto era exquisito, suave, excitante. Entonces tus dedos se toparon con su abismo. Olvidaste de momento su miembro y te aventuraste  un poco más. El aroma era embriagador, la textura suprema y el sabor… lo oíste gemir profundamente cuando tu lengua toco su ano y una serie de espasmos se apoderaron de su cuerpo haciéndolo arquear la espalda preso del éxtasis.  Cuando pudo controlarse continúo operando sobre tu miembro.

Fuertes contracciones en tu abdomen y un cosquilleo en todo el cuerpo fueron los avisos de que estabas a punto de correrte así que, sin miramientos lo privaste de su juguete, el intento reprochar pero una profunda envestida de tu legua en su abismo lo  distrajo.

En aquel momento era necesario pasar al siguiente nivel. Aunque las cosas no sucedieron como  esperabas.

A tientas buscaron sus besos, regresando a la inicial posición de ataque. Sentiste en tu lengua el sabor de tu propio pene, fue extasiante, perturbador. Entonces percibiste un extraño brillo en sus ojos, algo que aun no has podido descifrar. Antes de que pudieras darte cuenta tenias frente a ti las revueltas sabanas y un empaque vacío que antes almacenara un condón, intentaste reaccionar pero tu cuerpo no respondía, como si deseara sentir lo que se avecinaba. Solo lograste girar tu rostro para míralo. Una imagen inolvidable. Parecía hechizado, mirando directo a tus nalgas mientras se colocaba el condón con destreza. Por una fracción de segundo sus miradas se conectaron y pudiste leer en sus ojos “Esto te gustara”.

Cerraste los ojos esperando lo inevitable, y sin embargo nunca perdió su dulzura. Sentiste como uno de sus dedos escrutaban en tus profundidades, haciéndote jadear. Después vino el segundo, el tercero… y cuando esperabas el cuarto, nunca sucedió. En cambio y sin previo aviso, sentiste su pelvis pegada a tus nalgas y sus testículos sobre los tuyos, al instante se apodero de ti un intenso dolor, incomparable con nada que hayas sentido antes, tus puños serraron tan fuerte que los nudillos perdieron su color, y proferiste un gemido que denotaba el sufrimiento. Intentaste moverte, zafarte, pero estabas atrapado, una nueva envestida, y otra y otra, querías gritar, salir corriendo, pero tus pierna ni siquiera reaccionaban, otra más y otra...

De pronto te sorprendiste queriendo la siguiente, que no se detuviera más. El dolor había sido suplido por placer, éxtasis. Gemías enloquecido, y él, aferrado a tu cadera que ahora se ofrecía por si sola, resoplaba y bufaba con los ojos cerrados disfrutando de tu culo, de tu virginidad.

Aumento su ritmo, sus arremetidas eran más potentes, sudor, bufidos, placer… perdiste toda noción de tiempo y de espacio, lo único presente era aquel chiquillo que te hacia gozar como nadie lo había hecho jamás. Empezaste a sentir aquél cosquilleo por todo el cuerpo, y tu vientre comenzaba a tener sacudidas, no te habías tocado y sin embargo tu miembro cobro vida lanzando tremendos trallazos de semen espeso, caliente. Los espasmos de tu esfínter aceleraron el trabajo, detrás tuyo  sus gruñidos te dijeron que él estaba terminando también, y en efecto, tus entrañas recibieron intensos chorros de su esperma, dio algunas embestidas más y se derrumbó sobre tu espalda, suspirando, exhausto.

Acomodado sobre su pecho, escuchando sus latidos acompasados, lo mirabas sonreír. –Gracias- le dijiste. Él se limitó a giñarte un ojo y revolver tu cabello.

Había algo, algo que te incomodaba desde el principio, la visión del chico decepcionado en el andén,  porque su cita no había llegado, regreso a tu mente. En algún momento tendrías que decirlo, quizás no era el mejor momento, pero no podías más con ello.
-Hay una cosa… que no te he dicho aun- comenzaste sin saber cómo seguir – mi nombre… no es Fabián…- levantaste un poco el rostro, esperando alguna especie de reacción violenta… distinta.

   -Lo sé- contesto, ensanchando su sonrisa, - Eso siempre funciona-


3 comentarios:

  1. INCREIBLES IMAGENES MI QUERIDO YO, LA SENSUALIDAD A FLOR DE PIEL, PERO CREO QUE EL FINAL FUE LO MEJOR DE TODO JAJAJAJAJAJ, BESOS AMIGO Y BENDICIONES

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  2. WAAA mi mente pura y blancaa!! Yo que soy una niña inocente que todavia cree en santa Claus y me vienes con esta lectura pornografica!! dios mioo!!! y sabes que es lo peor?? que no me lo logro imaginar por que yo nunca pienso en eso... asi que, por tu culpotaaa, tendre que ver peliculas porno gay para poder entender lo que escribes, malditooo, ve lo que haces!! >___<

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  3. Excelente historia, las casualidades...

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